
Tenía 12 años, recién me había mudado a Morelia, después de haber vivido en la gran Tenochtitlan. Llegar a un nuevo territorio implicaba acostumbrarse a una nueva escuela, implicaba deletrear una y otra vez mi nombre M-a-l-i-n-a-l-l-i , con doble ele y con i latina, implicaba sacar fuerzas para adaptarse a un lugar al que nunca se me preguntó si quería estar.
Mi nuevo profesor de Geografía, era un hombre pequeño con aire motero y cabellos acomplejados por la tirantez. Sus ojos estaban unidos a unas gafas negras compradas en cualquier lugar. Era un entusiasta de los mapas. Para animarnos a entrar en su mundo nos llevó de excursión para conocer y explorar el Paricutín, un volcán inactivo situado en Michoacán, México entre el poblado de San Juan Parangaricutiro (hoy Nuevo San Juan Parangaricutiro) y el pueblo de Angahuan.
Foto aérea del volcán Paricutín: UNAM global TV
El Paracutín nació a las 4 de la tarde, un 20 de febrero de 1943 y fue considerado el volcán más joven del mundo. Esa juventud y garra sepultó dos poblados: Paricutín y San Juan Parangaricutiro. El pueblo de Paricutín fue engullido por los metros y metros de lava que avanzaban como si llegaran con retraso a una gran cita romántica.
Ante la imagen de un pueblo sepultado, fuimos a Nuevo San Juan Parangaricutiro, un pueblo casi desparecido con una iglesia derruida que buscaba a toda costa mantenerse en pie. Escalamos varias familias de rocas del tamaño de los puestos de tacos del metro Tacubaya y sacarnos en todo lo alto, la foto que atestiguaba nuestra hazaña. Todos llevábamos una libreta para describir lo que veíamos. La misión era escribir “algo” sobre el lugar. Era el trabajo final del semestre.
Foto: Nuevo San Juan Parangaricutiro. Secretaría de Turismo de Michoacán
Cuando entregué ese “algo” no sabía qué era exactamente ese tocho de hojas ¿datos sueltos sobre el volcán, un listado penoso de anécdotas del viaje, fotografías mal enfocadas y peor encuadradas? Solo faltaba esperar el veredicto.
El veredicto llegó días después. El profe me llamó para matar mi incertidumbre, me tendió la mano y me echó una sonrisa que no supe interpretar. Cuando llegué a mi taburete, escondí con mis brazos esas páginas mal engargoladas. Me sorprendí. Me había garabateado con tinta roja un 10, pero añadió una cosa más. Me escribió unas palabras que hasta ahora recuerdo como la vez que di ,-o me dieron- mi primer beso: “Espero algún día leer un libro escrito por ti”. Me puse coloradísima y me invadió una alegría comparable a ganar una medalla de oro en las Olimpiadas. Pienso en la frase y me pregunto ¿Qué habrá visto?
Me siento agradecida por haber tenido un profesor que no se limitó a escribir un aprobado, sino que me animaba a seguir por el camino de la escritura. No he escrito ese libro. Lo más lejos a lo que he llegado es ser parte de una antología de cuentos, pero sé que si algún día escribo ese libro se lo dedicaré enteramente a él. Escribo esto no por vanidad, sino para expresar mi gratitud y poner en valor el poderoso efecto que puede tener un profesor que no se limitó a pararse frente a la pizarra a ver cómo pasaba el tiempo, sino la de un profesor con una mirada atenta y amorosa frente a sus alumnos.
Esto me recuerda la hermosa carta que Albert Camus le escribió a su profesor después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura en 1957.
En esos primeros pasos torpes en la escritura (y siguen siendo torpes), recuerdo una maravillosa entrevista que le hizo la gran periodista Cristina Pacheco -una mujer que cuando hablaba dictaba periodismo- a la escritora mexicana Carmen Boullosa (no encontré la que yo vi en ese tiempo, pero acá está otra que es igual de fascinante). Boullosa contó que de pequeña se encerraba en su armario a escribir. La simple imagen estuvo rondando en mi cabeza por mucho tiempo. Me daba envidia no tener ese armario para poder hacer lo mismo. Boullosa no lo sabe, pero se convirtió al instante en mi heroína. Son de esas cosas curiosas que como lector uno se pregunta ¿Cómo escriben los que escriben? Me viene a la cabeza el ritual de la escritora belga Amélie Nothomb que se despierta a las 4 de madrugada, se enfunda en una pijama naranja -siempre naranja- y se toma un té bien cargado para empezar a darle de comer a la hoja en blanco.
En esa búsqueda por ser alguien en la vida, sonaba muy romántico estudiar Literatura, aún así, sin titubeos pensé en estudiar Periodismo, o quizás como escribió Lucia Berlin en el libro Manual para mujeres de la limpieza “Me matriculé en Periodismo porque quería ser escritora, pero el periodismo consiste precisamente en contar cuando se pone interesante...”.
Las razones fueron varias y una de ellas fue que en ese tiempo existía un programa de radio famosísimo que se llamaba Monitor conducido por José Gutiérrez Vivó. Mi padre lo escuchaba a diario y por herencia paternal, yo también. Era una niña, pero me encantaba como Gutiérrez Vivó narraba las noticias, hablaba con expertos, entrevistaba a políticos y cómo nos explicaba México. Yo admiraba a ese hombre, anhelaba poder algún día expresar mis opiniones como él lo hacía y tener esa capacidad de análisis para decir lo indecible. Eso, entre otras cosas lo obligaron a exiliarse en USA.
Pero para ser honesta, la razón por la que estudié Periodismo fue para encontrar un remedio casero, natural y duradero para curar una tremenda timidez que sentía que devoraba mi voz y mis pensamientos.
No sé cómo fue que pasó. Pasé de ser una niña que en la primaria se apuntaba a todos los tinglados, desde bailes escolares hasta formar parte de las porristas de causas perdidas, a convertirme en un flan mal cuajado cada vez que alguien me miraba o me preguntaba algo.
Escribir se convirtió poco a poco en mi forma de hablar en voz alta.
Aunque el periodismo no fue el remedio a mi vergüenza adquirida, me ayudó a encontrar mi voz a través de la palabra escrita. En la carrera, la crónica y la entrevista de semblanza fueron los géneros que me ayudaron a describir mi mundo y el de los demás. Sin duda periodistas-escritores como Tom Wolfe, Gay Talese y Ryszard Kapuściński fueron grandes maestros que me influyeron en la forma y en el fondo a la hora de esculpir el cuerpo de un texto, pero eché en falta que mis profesores hubieran elogiado los textos de mujeres como Leila Guerriero o Alma Guillermoprieto que las descubrí años después.
Estoy de vuelta en El Salvador por primera vez en treinta años, y no reconozco nada. Tersas autopistas van del aeropuerto a San Salvador, la capital, y a lo largo del trecho de dunas que separa la autopista del océano Pacífico hay puestos animados donde los clientes se estacionan para comprar cocos y comida típica incluso a estas altas horas. Pero lo que yo recuerdo es una carretera de doble carril llena de baches, un sol inclemente que resaltaba cada detalle en la piel tiesa de los cadáveres, un hoyo en el suelo arenoso, la infamante noticia de que cuatro mujeres estadounidenses, tres de ellas monjas, acababan de ser desenterradas de ese agujero poco profundo.
Alma Guillermoprieto
El violento paisaje de las maras
Recordar esa época me hizo releer textos de Gay Talese, y rememorar los buenos momentos que pasé maravillándome por esa forma de juntar las palabras, construir frases, crear escenas, vestir a los personajes y jugar con nuestras emociones.
Cuando tenía veinticinco años perseguía gatos callejeros por todo Manhattan. Les seguía el rastro mientras se rebuscaban la comida en los vertederos de basura de la ciudad en las pollerías, por los mercados de pescado y en los muelles infestados de ratas a la orilla del Hudson; y recuerdo haber celebrado mi cumpleaños número veinticinco […]
Gay Talese
Cuando tenía veinticinco años
Siempre estoy en búsqueda de artefactos analógicos (humanos) o digitales que me estimulen a mí y a mi lectura, el podcast literario Biblioteca personal (es uno de ellos) de Maria Jose Castaño, una amante de las letras o como ella se describe a sí misma: influenciadora de libros. Tiene un episodio dedicado a Talese en el que repasa su vida a través de textos que le dieron fama, pero también problemas matrimoniales. Y ya que estamos recomiendo El silencio del héroe, una recopilación de sus trabajos que van desde el periplo de Talese para seguirle la pista a una jugadora de fútbol china que falló un penal en la final del Campeonato del Mundo o un retrato profundo de Muhammad Ali mientras estuvo en la Cuba de Fidel Castro.
Justo el pasado 11 de abril se publicó su último libro, un adiós anticipado, –Talese tiene 92 años– Bartleby y yo. Retratos de Nueva York. Cuento las horas para leerlo. Siento desdicha porque este gran escritor deje de contar historias sobre esos seres anónimos que el mundo se ha empeñado en llamar losers. Talese es posiblemente uno de los escritores del que he leído casi todo. Siento una gran admiración por su trabajo. Él no lo sabe, pero es uno de los escritores que me mostró el camino para encontrar mi voz.
Descubrí Biblioteca personal gracias a Óscar, un hombre multitasking, un nómada digital que pertenece a esa moderna tribu que tienen el súper poder de trabajar el martes desde una habitación de un hotel que desprecia las vistas a paredes color cremita, el jueves, escalan una montaña para cachar el wifi y el fin de semana columpian la computadora en una hamaca mientras miran una playa paradisíaca, o como él dice “…alguien que vive la vida que quiere y no la que le toca”. El Óscar viaja por Colombia. Tiene una nius Quietud y Movimiento en la que habla sobre cómo con wifi el mundo se convierte en tu oficina. Léanlo, lo cuenta mejor que yo. Este hombre no se cansa. También escribe sobre literatura, viajes, toma fotografías, y hace confesiones. ¡Ahh!, además recomienda buenos podcast.
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Con los años la timidez se hartó de mí, se convirtió en pan blando que poco a poco se fue desmigando. Mientras, la vida me empujó violentamente y sin anestesia a una operación a corazón abierto, invocó a mis demonios para que perdiera el miedo a fallar, a dar mis opiniones, perdiera el sentido del ridículo y yo me di la oportunidad de sentirme vulnerable y hasta cursi ante los demás ¡Que no pasa nada, hombre!
Me parece casi un milagro que haya superado esa invasión roja a mis mejillas, ese calor tropical provocado por una olla de presión interna que me subía hasta la cabeza, esa voz quebradiza y escasa al pronunciar palabra, esa angustia perpetua que me ahogaba cada vez que era vista, señalada, preguntada por un fantasmal censor público con forma de ojo. Solo Dios sabe cuántas avemarías le recé a San Judas Tadeo para que la vergüenza abandonara mi cuerpo.
Ahora trabajo como guía intercultural. Hablo frente a grupos —de 15-20 personas—, y me siento totalmente segura de lo que digo y pienso. Soy yo esa persona a la que quieren escuchar, y eso, francamente me hace sentir poderosa.
En el pasado escribí en periódicos y revistas sobre hechos reales, comprobables, verificables, pero leer y escribir ficción siempre me ha gustado y me dotado de mucha imaginación y libertad. En esa búsqueda interminable de encontrar mi voz, he tenido la necesidad de escribir relatos, asistir a grupos de escritura creativa, tomar talleres con escritores, participar en mundiales de escritura, asistir a talleres de spoken word o tener la desfachatez de leer mis relatos con micro en mano. Puedo decir sin lugar a dudas: ¡Ya soy una sinvergüenza!
El apunte cultureta
El 23 de abril en Cataluña, España se celebra Sant Jordi -San Jorge-. Cuenta la leyenda que un caballero salvó a una princesa de un dragón y lo hirió hasta matarlo. De la sangre derramada del dragón, brotó un rosal lleno de rosas rojas, que Sant Jordi ofreció a la princesa como un gesto de amor.
Esta leyenda mutó y se convirtió en una tradición en la que se celebra el amor por los libros y el amor hacia ese alguien que te quita el sueño. Acá no se celebra San Valentín, el Sant Jordi es el Día de los Empachados de Amor.
Tradicionalmente a los hombres se les daba un libro y a las mujeres una rosa roja. Por fortuna se han dado cuenta que las mujeres también leemos, así que aparte de la rosa va un libro.
La postal son calles llenas de puestos ambulantes de librerías que prometen lecturas disfrutonas, hermandades de lectores que andan en busca del libro tocado por la mano de Dios, rosas rojas cuyo precio parece que cotiza en bolsa y escritores angustiados por la agenda apretadísima y la obligación impuesta (o no) de garabatear cientos de libros con un miedo razonable a contraer de por vida tendinitis. Al final, parece que todo el jolgorio vale la pena. Es el día de mayor venta –con 2 millones de libros vendidos (solo en Cataluña), más de 70 mil títulos distintos, lo que se traduce en 25 millones de euros–. ¡Ahh! y las parejas parecen amarse o al menos lo intentan.
Los libros siempre me llaman, así que cuando puedo me asomo al Sant Jordi para comprar libros y merodear si hay algún escritor que se deje robar una firma y una conversación ligera. Esta vez, además quise grabar algunos paisajes sonoros. Un pretexto para hacer esto que me gusta, los audiocollage.
Así suena un Sant Jordi.
@huellassonoras
*Se escuchan sonidos de las calles de la Rambla, Passeig de Gracia, de las librerías La Central del Raval, Calders, Les Finestres y Alibri.
¡Extra!
Si quieres sumergirte en el mundo de la crónica, te paso esta web Periodismo Narrativo en Latinoamérica, (el título miente porque hay periodistas de USA que escriben desde USA) un lugar en el que me suelo refugiar cuando quiero leer crónicas de gran aliento, escritas por los mejores representantes de ese género. Si quieres algo en papel, entonces te recomiendo Mejor que ficción que recoge lo mejor del periodismo hecho en Latinoamérica. La edición corre a cargo de Jorge Carrión.
Poco a poco la sección del Enigma Sonoro va atrayendo seguidores, así que ahí va otro.
Esta entrega fue auspiciada por Bocafloja y La Tifa
*Esta canción la descubrí gracias a Andrés Azpiri, diseñador de sonido del podcast Radio Ambulante que tiene una casa productora de audio y video Limonero Mx que fue la que hizo la mezcla de esta canción.
Cualquier cosa, aquí andamos. Siéntete con la libertad de escribirme.
Me gusta que me leas, pero me gusta más y me hace más feliz que me hagas compañía con tus comentarios.
Gracias por leerme y por la escuchadera.
¡Nos vemos el próximo mes!
Gracias por las letras y por los sonidos. Gracias por la inspiración.