Samuel
@huellassonoras
Samuel
América me había dicho que nos viéramos en el viejo café de la calle Còrsega, no me pareció mala idea, el café que servían no tenía ese gustillo a quemado y podía lucir mis piernas en esa tremenda terraza que llamaba la atención de los blanquitos adinerados que simpatizan con la clase obrera.
Cuando decidí mudarme a Barcelona me alejé de cualquier posibilidad de encontrar un empleo que tuviera que ver con mi profesión, tenía que pagar el alquiler y de vez en cuando comer un plato de pasta con salsa de pesto de bote.
En esos primeros años compartí piso con Samuel, estoy segura que le habían trasplantado algún gen de la limpieza porque lo primero que hacía antes de salir de su habitación era tender la cama y acomodar su armario. Llegué a vivir con Samuel por un anuncio de Idealista, estaba buscando compañera de piso. El piso estaba bien cuidado, parecía una olla vieja que ha sido mimada para que a pesar de los años sirva para cocinar un guiso. Samuel no me impresionó, su cuerpo era una pequeña rama de cilantro marchita y su cara era tan redonda como un balón de futbol.
América tardaba en llegar, busqué entretenimiento con la lectura de una novela que tenía pendiente, tenía que haberla entregado a la biblioteca, por eso estaba a toda prisa, leyendo en cualquier descanso. América llegó y lo primero que me dijo fue «¿por qué siempre eres tan puntual?, me haces quedar mal». Pidió un café con hielo, me dijo que había visto a Samuel la semana pasada y que había preguntado por mí, no quise decir nada, pero yo creo que ella quería que le preguntara porque empezó a hablar. Mientras América recitaba, me acordé de la vez que Samuel se disculpó porque no había tenido tiempo de lavar un vaso y se había quedado toda una noche en el fregadero, todavía no acababa la frase y yo, ya lo amaba.
América me dijo que Samuel ya no vivía en el Raval, ahora vivía en el Eixample, me dijo que le había confesado que se estaba enamorando de una camarera italiana que trabajaba en un restaurante mexicano, que cada vez que iba al supermercado le quedaba de camino el restaurante y que se bañaba y perfumaba para que la camarera se fijara en él.
Eso me recordó la vez que Samuel pensó que yo estaba enamorada de él, ahora me rio, pero cuando pasó fue un momento incómodo. Yo estaba en mi habitación, tocó la puerta, se sentó en la orilla de la cama, me pellizcó el cachete y me dijo que no podía, le costaba decir la siguiente frase y yo le decía, «¿no puedes qué?», él se daba golpecitos en la rodilla y mientras miraba el suelo me dijo con una voz arrinconada «no puedo ser tu novio», a mí me salió una risa nerviosa, y creo que por fin entendió que yo no lo veía como un príncipe azul.
América llegó a mi vida el día que Samuel cumplió treinta años. Llegué a pensar que venía disfrazada a la fiesta como diva del pop, pero Samuel me dijo que así se vestía todos los días. Al principio me dio un poco de pena, me daba la sensación que tanto intento por llamar la atención era porque se sentía sola, pero después me di cuenta que era un desmadre y que le sobraban amigos, que luego me prestaba como novios. Entonces fue cuando me cayó bien.
Al primer mes de conocer a Samuel ya sabía completamente como era. Madrugador, adicto al té verde, adorador de Roger Federer, empleado comprometido, comprador compulsivo de helado, nieto ejemplar, hijo soñado y marchante de libros usados.
América se fue al baño y me dejó encargado su bolso y su celular, le llegó un mensaje de Whatsapp, y pude ver que era de Samuel, decía: «¿Ya le dijiste a Gabriela?». Pensé, decirme qué, todo era un poco misterioso. Cuando regresó América, no lo pensé y antes de que tuviera tiempo a sentarse le dije que le había llegado un mensaje de Samuel, puso cara como si eso no tuviera importancia, la paciencia se me acabó y con un tono de villana de novela turca le ordené que me dijera por qué Samuel le decía que ella tenía que decirme algo a mí, América puso cara de mujer adúltera que ha sido descubierta por el marido fiel. Ni siquiera se pudo o quiso sentar, parada en medio de la terraza y con una cara de haber ido a un tanatorio a tomar café, me dijo que Samuel había vivido un romance con mi tía Rita y que mi tío Alfonso lo había amenazado con darle sepultura en el jardín de su casa. Todo sonaba precipitado y confuso, pero ahora entendía porque mi tía Rita me había dicho que Samuel no era una buena persona y que me alejara de él porque había acosado a mi prima Rosario y había golpeado a mi primo Paco.
Samuel, ese chico con cuerpo de cilantro marchitado había conquistado a mi tía Rita y no lo podía creer.