
“Una hormiga censurada por la sutileza de sus cargas y por sus frecuentes distracciones, encontró una mañana, al desviarse nuevamente del camino, un prodigioso miligramo [..]. El peso ideal de aquel objeto daba a su cuerpo extraña energía; como el peso de las alas en el cuerpo de los pájaros”.
Así empieza el relato El prodigioso miligramo del escritor mexicano Juan José Arreola. No es exagerado decir que el culpable de que sea lectora es Arreola. Descubrí su literatura a través de su libro de relatos Confabulario en el 2001, justo el año de su muerte. Todos los periódicos hablaban de él, y yo me preguntaba: ¿qué tiene este hombre para que cause tanto furor?
Yo era una adolescente, que difícilmente leía uno que otro texto de la revista Reader's Digest, y para colmo en mi clase de Español (secundaria), nos obligaban a leer el Cantar de Mio Cid que cuenta las hazañas heroicas del caballero Rodrigo Díaz de Vivar, El Campeador. Básicamente odié su lectura y la literatura porque no entendía el vocabulario y todo me parecía tan antiguo, tan ajeno. Cuando descubrí los relatos de Arreola se me abrió un mundo, después de él, no hubo marcha atrás. Todavía me recuerdo diciendo: ¿esto es literatura?, por favor que alguien me pellizque. Durante años Arreola fue mi héroe literario y de eso vengo a hablarles, de esos héroes que no lo son tanto.
La escritora mexicana Elena Poniatowska, premio Cervantes 2013, contó que quien fuera su mentor, Juan José Arreola, la había violado y su primer hijo fue fruto de su violación. Poniatowska lo contó en el 2019 —habían pasado 60 años—, y entre dimes y diretes entre la familia de Arreola y Poniatowska, todo parece indicar que así fue. Era un secreto a voces: Arreola engatusaba a sus jóvenes estudiantes. Cuando supe esto se me partió el corazón.
Esto viene a colación porque recién terminé de leer el libro Tinta Invisible, del escritor español Javier Peña, (recomendadísimo) que entre otras cosas cuenta pequeñas anécdotas de grandes escritores que a su vez fueron grandes infelices. No haré spoiler, pero me destronó saber que algunos de los grandes autores de la literatura universal eran seres despreciables.
¿Es posible separar la obra artística de la persona que la crea?
Para la crítica cultural Claire Dederer, autora del libro Monstruos: ¿Se puede separar el autor de su obra? (editorial Península) y del ensayo ¿Qué hacemos con el arte de los hombres monstruosos?, publicado por la revista The Paris Review, la respuesta va más allá de un sí o no.
Hace unos años, Claire estaba investigando la vida del cineasta Roman Polanski para un libro que estaba escribiendo. Poco a poco fueron apareciendo dudas e incomodidades al descubrir cosas de la vida personal del cineasta. Polanksy, de 43 años, había violado en 1977 a Samantha Gailey de 13 años. Dederer estaba indignada, furiosa, pero seguía viendo sus películas. Polansky le fascinaba.
“Se suponía que no debía amar esta obra, ni a este hombre. Es objeto de boicots, demandas e indignación. En la mente del público, el hombre y la obra parecen ser lo mismo. ¿Pero lo son? ¿Debemos intentar separar el arte del artista, el creador de lo creado?”.
Durante años Lars von Trier fue mi director favorito. Puedo decir que prácticamente todo su cine me gusta. Películas como Rompiendo las olas, Dogville, Manderlay, El jefe todo esto o Bailando en la oscuridad me fascinan por esa forma tan inquietante de retratar los actos y las mentes de los seres humanos, y es que los humanos somos inquietantes.
Bailando en la oscuridad combina elementos de drama y musical en una narrativa totalmente angustiante. La película está protagonizada por la cantante islandesa Björk en el papel de Selma Ježková, una inmigrante checa que trabaja en una fábrica en Estados Unidos mientras lucha contra la ceguera progresiva y se esfuerza por asegurar un futuro para su hijo. Fue un gran éxito, y ese éxito se debió en gran parte por la actuación de Björk que ganó premios en los Óscar y en el Festival de Cannes, pero dejemos de lado los premios, para hablar de las acusaciones que hizo Björk en contra del director, habló de tortura psicológica y de acoso sexual. Nicole Kidman, también trabajó con el cineasta danés, protagonizó Dogville (2003) y dijo que nunca más trabajaría con el director. Imagínense cómo se me queda el cuerpo y el alma ante un director que me parece brillante, pero que tiene conductas misóginas. La guinda del pastel fue cuando dijo que entendía a Hitler y simpatizaba con él.
En una entrevista a Claire Dederer en el periódico El País utiliza la metáfora de una mancha de vino para hablar de separar al autor de la obra. Cuando se derrama vino en una alfombra, podemos limpiar la mancha que hay, pero va a quedar marca, es difícil quitarla, separarla, borrarla. Pienso en esa imagen y me parece absurdo que se use de ejemplo, pero a la vez es tan contundente. Yo no puedo mirar la alfombra sin mirar la mancha que hubo antes, de igual manera que es difícil entender una obra sin su autor, porque no van en paquetes diferentes.
¿Qué es lo que ocurre cuando consumimos la obra de un monstruo?
Clarice Dederer nos dice que nadie es únicamente monstruo (la autora usa esa palabra porque le parece que es descarada, antigua, testicular). Los seres humanos somos complejos y aunque la autora usa esa palabra por provocadora, admite que es simplista reducir a un artista a un solo aspecto del yo.
Sobre el por qué nos vienen los dilemas morales a la hora de apreciar la obra, vienen entre otras cosas porque el artista con su conducta altera nuestra capacidad de entender la obra por sí misma. Clarice nos deja esta pregunta: ¿Quiénes somos para decirle a alguien cómo comportarse?
Antes de llegar a eso, piensen conmigo en la concepción que cada uno tiene de los genios, artistas: ¿qué son para ustedes?
Para mí son seres excepcionales, dotados de cualidades extraordinarias que mediante su creatividad y originalidad expresan su arte. Esa definición de alguna manera —sin querer— la he llevado a su comportamiento social, moral, pero por otro lado esa extensión de la definición se contradice con que un artista debe ser libre para que aflore su arte, y acá el tema de la libertad a algunos se les va de las manos.
Cabe un inciso: a los hombres se les considera genios, a nosotras las mujeres, musas. No voy a negar que esto cada vez está cambiando, pero todavía hay muchos techos de cristal que a las mujeres nos toca romper.
Otro factor parte del fenómeno fan. Los seres humanos creamos vínculos con los artistas que admiramos. Seamos honestos, somos seres sintientes. Clarice Dederer lo deja claro: “Sentimos cosas por personas que no conocemos” y esta idea de conectar con otro de forma incorpórea es la base de la economía de internet, el sueño húmedo de la tecnología y del llamado capitalismo tardío —multinacionales, consumismo, globalización—.
En mi caso si conecto con un creador, de alguna manera también tiene que ver con algo aspiracional, de añoranza, de querer parecerme a él o ella, de imitarlo, y ya que se ha ganado mi atención y admiración, exijo —tal vez de manera inconsciente— que sea perfecto, inmaculado, impoluto. Escribo esto y pienso que eso me convierte en una persona totalmente arrogante por pedirle a otros que actúen de forma monacal y poco realista, comportamientos muy ajenos a mí, de ahí la contradicción. Incluso tal vez me introduce en la esfera de la cultura de la cancelación. Leo esto y yo misma me escandalizo.
Sigamos con los ejemplos. Durante años mi escritor favorito fue el estadounidense Philip Roth, desde que descubrí Patrimonio, de una tajada me leí cinco libros, me parecía absolutamente fascinante cómo escribía, pero esa fascinación se fue apagando poco a poco cuando fui consciente de la representación que hacía en sus libros de las mujeres, o eran manipuladoras o sumisas. En Universidad de Pennsylvania donde daba clases, escogía a las alumnas que asistían a sus seminarios en función de su físico.
Philip Roth fue un eterno candidato al Premio Nobel de Literatura —que nunca recibió—. Cuando murió en 2018, me puse tristísima y lloré su muerte (lo reconozco). El periódico español El mundo le dedicó este obituario:
“[...] un talento nitidísimo, un sátiro, un neurótico, un hombre conservador, un rompedor, un misógino, un obseso, un nostálgico, un americano y un judío dispuesto a cargar con todos los fardos de sus dos identidades…”.
Volvamos a la pregunta: ¿Quiénes somos para decirle a alguien cómo comportarse? Claramente los humanos lo categorizamos todo y por supuesto a los demás y a nosotros mismos. A una de esas cosas que le ponemos triple estrellita es a la moral, que nos genera sentimientos. Clarice lo resume mejor que yo “Ponemos palabras a estos sentimientos y los llamamos opiniones”. ¡Buum!
Pensé que con el libro de Clarice desaparecerían mis dudas, mis dilemas, pero no, y eso está bien. Aparecieron más reflexiones sobre qué hace que admire el arte de otros, el pensamiento de otros. Agradezco que no haya un manual sobre como separar la obra del autor, porque sería dificilísimo hacerlo. Hasta ahora no había pensado exhaustivamente cómo me he relacionado con las personas cuyo arte he admirado —me he fijado en los hombres; admiro a varias genias, pero no tengo dilemas éticos con ellas, curiosamente—, o sigo admirando. A veces me distancio de ellos, luego vuelvo, me distancio, es como un baile sin fin. Ya no siento una devoción desmedida por nadie (creo). Hay días que les veo un poco más la mancha, otras veces sale a relucir más la alfombra.
Creo que al final todo se reduce a lo más simple: Somos seres humanos que conectamos con otros seres humanos. Nadie es aséptico y si lo fuera, ¿qué modelo de robot es?
Cuéntenme ustedes, ¿Cuáles son artistas con los que tienen una relación difícil?
Ya que estamos con el tema voy a recomendar:
Capote: Es una película que explora la obsesiva investigación del escritor estadounidense Truman Capote sobre los asesinatos de la familia Clutter en Kansas, que inspiraron su famoso libro A sangre fría. Philip Seymour Hoffman interpreta al escritor, revelando su compleja personalidad. La película profundiza en los dilemas éticos del periodismo y muestra cómo Capote tenía una ambición desbocada por pasar a la historia.
Grandes Infelices: Es un podcast del escritor español Javier Peña que explora las luces y sombras de grandes escritores que a su vez fueron grandes infelices. Recomiendo especialmente el episodio de Marguerite Duras. Una escritora marcada por una turbulenta relación con su madre, una vida llena de contradicciones, de alcohol y un ego desmedido.
Retratos y encuentros: Este libro del escritor Gay Talese nos ofrece una fotografía de la sociedad estadounidense a través de retratos de personajes icónicos (Ernest Hemingway, Peter O'Toole, John Kennedy, Frank Sinatra…), nos revela aspectos menos conocidos de esas figuras y nos ofrece una perspectiva única sobre su vida y su impacto en la cultura.
Esta entrega fue auspiciada por Lisa Shaw y la canción Im Ok.
Un anuncio parroquial
Carlos Arroyo de la nius Sunday Service ha hecho una linda convocatoria Tobogán Sonoro en la que recibe piezas de audio de máximo 3 mins con base en la idea disparadora. La del domingo pasado fue: la cotidianidad. Yo grabé una cosilla que aparece todas mis mañanas. Participen.
Parafraseando al escritor español Jorge Carrión; que no te dé flojera entrar en los links de los artículos, audios y videos, solo tienen sentido si son leídos, escuchados o vistos.
Cualquier cosa, aquí andamos. Me gusta que me leas, pero me gusta más y me hace más feliz que me hagas compañía con tus comentarios.
Gracias por leerme y por la escuchadera.
¡Feliz 2025!! Yo me adelanto a la celebración porque les escribiré en enero. Pásenla chido!!!
¡Adiós!
Y de colofón puedes seguirme en:
Una pregunta muy difícil, me ha pasado también con Lars Von Trier, no puedo dejar de fascinarme con sus películas, todas me han pegado durísimo. Pero siempre se pregunta uno a qué costó, por ejemplo para las actrices, fueron posibles. Gracias por las lecturas recomendadas, Mali!
me encanta la banda Babasónicos, amaba a Adrián Dargelos, pero encontré una info de que lo acusaron varias chicas de acoso y pffffffffffff, no me gusta ser quien no separa la obra del artista, pero no puedo hacerlo de otra manera :s obvio igual sigo escuchando su música, pero ya no lo admiro solamente pues, ahora lo admiro y lo repudio un poco. Es un poco como cuando tiene sun familiar al que quieres y sabes que es un imbécil, qué haces? no dejarás de quererlo jaja. Las eternas contradicciones pues no?