Esa niña sonriente soy yo.
Me gustan los domingos porque como helado y voy a la casa de mi abuelita que me peina dos chongos a cada lado y me deja escoger un vestido de su tienda de ropa; pero para lograr que ocurra eso, tengo que ir a misa, escuchar durante una hora a un cura que nos obliga a darle la mano a desconocidos y evitar con todas mis fuerzas comerme mis mocos.
La casa de mi abuelita es un conjunto de pequeños departamentos en los que viven mis tíos. Justo a lado está su tienda de ropa, una accesoria llena de ganchos con ropa como para vestir a cien personas, un espejo para verse lo puesto, un mostrador con una vitrina con joyas de la época en la que había reyes y tres bancos para que la gente deje el mandado que compró en el mercado de enfrente.
Me gusta acariciar a Bobby, el perro de mi abuelita, su pelo color mostaza me hace pensar que estoy acariciando la alfombra de Aladino. Bobby le da la bienvenida a los clientes. Cuando hace calor, acomoda su panza en el suelo para sentir el frío del mosaico, yo hago lo mismo, pero si me ve un adulto me regaña, y tengo que permanecer sentada en un banco de madera que al menor movimiento se quiebra.
Es hora de la comida. Han hecho sopa de papa con perejil y huevo (sopa de sobrinas) y chiles rellenos. Nos metemos todos en casa, dejamos la tienda sola, y si alguien llega, llama a mi abuelita con un grito desesperado, como si anduviera desnudo y necesitara urgentemente ropa. Mi madre sirve los platos, pone la cantidad exacta, según quién está frente al plato. Me siento a lado de mi tío Fili que me agarra los dedos índice y meñique, y los truena como si fueran chicharrones. Después de quince minutos, miro a mi abuelita y le digo que he terminado; me premia con dos pesos que me sirven para comprarme un helado de elote.
Los grandes se quedan hablando, mi abuelita regresa a la tienda y yo me quedo mirando las caricaturas y chupando mi helado. Mi mamá se pone a arreglar la cocina.
De improvisto llega un amigo de mío tío Fili, se presenta como Luis, me da la mano y sonríe. Yo sigo con mis caricaturas mientras juego en el sillón reclinable de mi abuelita que le regalaron el Día de la Madre.
Mis padres y mis tíos salen al patio, yo también lo hago, me siento como si fuera parte de un equipo de fútbol. Me pongo a mirar la enredadera que cubre las paredes, miro los rosales del jardín, huelo las flores, me gusta, huelen al champú que usa mi mamá para lavarme el cabello. Me aburro de las flores, me pongo a corretear entre la gente grande, Bobby va detrás mío, juego a las correteadas con él, me ladra y yo me escondo entre las piernas de mis tíos. Bobby por fin me alcanza y le digo que paremos.
Escucho lo que dice la gente grande, me acerco al amigo de mi tío y le digo hola, él empieza a jugar conmigo, me agarra de las axilas y me lanza al aire. Siento como el aire me da en las orejas y en la nariz, siento como mis tripas se mueven, siento como si pudiera tocar las nubes. Puedo ver al otro lado de la casa, vuelo más alto que la barda, siento como si fuera la niña más poderosa del mundo. Cuando mis pies tocan el suelo, tengo la necesidad de pedir más. Luis me vuelve a lanzar, me da un ataque de risa que me hace sentir tan feliz como la primera vez que chupé una paleta con chile. Desde todo lo alto veo que mi mamá tiene las manos en la cabeza, mi papá me mira a través de una cámara de fotos, mis tíos se ríen y me dicen hola con las manos.
Pido más viajes al cielo, pero mis papás dicen que ya es suficiente, siento como si mis papás me hubieran roto un juguete y me pongo a llorar, me voy a la sala a buscar consuelo en las caricaturas de La pantera rosa, no lo consigo. Mi cuerpo está lleno de agua y la única forma de sacarla es con las lágrimas. Mi abuelita entra a la sala, me mira, me aprieta los cachetes, me pregunta por qué lloró, la agua salada de los ojos no me deja contestar. Se olvida que me he comido el helado de los domingos y me da más dinero para que me compré otro helado. No me da tiempo a comprarlo. Mi papá anuncia que nos regresamos a nuestra casa, yo le digo que voy con la condición de que me lance al cielo.