Ensalada de col sin refrigerar
Tito cumplió la misma edad de Kennedy cuando se convirtió en presidente de los Estados Unidos. Su departamento es un refugio antiaéreo que ni siquiera sirve para echar una partida de ping-pong, pero siempre encontramos la manera de no pegarnos un codo en la cara.
Tito empezó bien con una michelada gigante y haciendo de barman con sus menjurjes y florituras acrobáticas para impresionar al público que le arrimaba el vaso desechable.
El sillón diseñado para que metan las piernas cuatro personas fue reformado para que estuvieran seis, entre ellos estaba Cristal que con sus rulitos de barbie sacudía las caras de los demás en sus intentos por hacerse una cola de caballo. Yo estaba sentada en un rincón de la cocina, con una michelada en mano y cuatro papas fritas en la otra. Miraba con cara de profesor en época de exámenes a todos los que empezaban a mover sus rodillas hacia adelante y hacia atrás, en un intento de sincronizar sus articulaciones de maniquíes con el ritmo de la música cumbiera.
Todos los que sobrevivieron a la noche están dormidos. Yo tengo una manera terrorífica de ser persona: Tengo que levantar mis párpados a las nueve de la mañana. Tito está dormido en el sillón, tiene el ombligo al descubierto y su mano izquierda cuelga como si fuera un embutido en un mercadillo medieval. Ronca, cada vez que ruge, una burbuja de baba se dibuja entre sus labios.
Miro por los cuatro costados de la sala y no sé por dónde empezar a limpiar. Busco algo de comer y solo queda ensalada de col sin refrigerar. Busco una cuchara de plástico, como sin ganas, mastico como si fuera una vaca en un prado.
Me acuerdo de cuando llegó Armando a la fiesta con su enorme cinturón de cuero y sus ganas de cantar rolas de Vicente Fernández, de Paula, su desafinada guitarra comprada en Parácuaro y de las dos chicas, teleoperadoras que se hicieron pasar por amigas de un tal Carlos que nadie conocía.
Encuentro una bolsa de plástico, y empiezo a recoger todas las latas de cerveza que están en el suelo, en el costado del sillón y encima del refrigerador. Busco una silla y me pongo a pensar en el momento en que Cristal desafió las leyes no escritas de la amistad cuando se puso a contar que Paula estaba enamorada de Armando y que Tito era un hombre feo con su piel seca de cocodrilo, incapaz con esa cara de cautivar a alguien. Por fortuna Armando estaba entretenido haciendo de disyóquey y Tito estaba negociando la compra de alcohol fuera del horario legal para una tienda de abarrotes.
Hay restos de comida en el fondo del sillón, cuatro calcetines impares al lado de la licuadora, un par de zapatos enfrente del refrigerador, un charco en medio de la sala, botellas de vodka, tequila y whisky desperdigadas por todo el departamento, incluso llegan hasta el baño que sigue manchado de sangre que nadie tuvo el ánimo de limpiar.
Cuando llegó Samuel, la fiesta ya parecía un volcán en plena erupción. Samuel venía de otra fiesta y ya estaba entonado.
Tito le había ordenado a su perro que se escondiera en uno de los cuartos del departamento. Samuel lo encontró escondido debajo de la cama, lo trajo a la sala y le sirvió cerveza en un cuenco que estaba untado de salsa picante.
—Me quiero pelear con tu perro —dijo Samuel con una voz podrida—. Te apuesto doscientos pesos a que le gano.
—Déjame en paz —dijo Tito mientras veía como Mantequilla aullaba como una soprano en decadencia.
Samuel insistió, y Tito harto de tanta estupidez aceptó el reto.
Samuel se transformó en un Rottweiler, empezó a ladrar como un perro de pelea y Mantequilla respondió sacando los dientes, Samuel se puso en cuatro patas, movía la cabeza de un lado a otro y fue el primero en atacar, se acercó a la pata derecha de Mantequilla y lo mordió, Mantequilla chilló un poco, pero aguantó el dolor y se recuperó, respondió con un aullido de lobo y lanzó una mordida que llegó a la nariz de Samuel, un cacho de carne se desprendió, los dientes de Mantequilla se pintaron de un rojo cátsup, Samuel actuaba como si no le hubiera pasado nada, seguía ladrando. Tito ordenó que pararan, ninguno de los dos hizo caso, fue corriendo a buscar una cubeta para llenarla de agua. Todos estábamos alborotados, extasiados, como si The Beatles se hubieran reunido otra vez, y estuvieran dando un concierto privado en el departamento. Regresó Tito, y les lanzó agua helada a los dos combatientes. Fue la única forma de separarlos. Todos concluimos que había ganado Mantequilla. Tito lo premió con una cerveza bien fría.
Paula y yo nos llevamos a Samuel al baño para que se pudiera lavar las heridas de la cara y bajarle el pedo. Cuando Cristal fue a ver a Samuel, éste estaba totalmente empapado de sangre por el efecto del agua. Cristal se desmayó del susto y tuvimos que reanimarla, le untamos vodka en la nariz. A Samuel le pusimos curitas y le pedimos un taxi para que lo llevara directo a su casa.
Armando está dormido en el cuarto de Tito, el olor a borracho me causa náuseas, corro al pasillo, tropiezo con Paula que habilitó una colchoneta en medio del pasillo. Su cuerpo encogido por el frío se resguarda de una cruda segura por el efecto de esas campechanas que bebió sin parar y que hicieron que vomitara en el lavabo y lo hundiera por el peso de su cuerpo envinado.
Como más ensalada de col sin refrigerar, agarro la basura y me llevo a Mantequilla a pasear.