El avemaría

San Gerardo me sigue con la mirada, no hay escondite que valga, la única forma de escapar es no mirarlo a los ojos o salir corriendo.
En el comedor de la casa que tienen mis padres hay un cuadro con su imagen, le pregunté a mi papá y me dijo que era el santo de los partos felices. San Gerardo aparece con una túnica marrón, en las manos lleva un rosario que parece hecho de frijoles, a su lado hay una mesa con un cráneo, un libro y una especie de puñal. No entiendo mucho la relación, pero yo como no soy pintora, no tengo mucho que decir.
Mi abuelita Matildita es en realidad es mi bisabuela, es la abuelita de mi papá, pero a mi hermano y a mí nos parece más cariñoso decirle abuelita. Su cabello es gris como la piel del pescado. Tiene noventa años, pero tiene pocas arrugas y que yo sepa no está enferma de nada, solo sus pies y manos no pueden estar rectos, como si quisieran irse para otro lado. Yo la ayudo a peinarse, le hago su trenza y le pongo sus medias que le ayudan a la circulación.
Mi abuelita es la encargada de enseñarnos a mi hermano Carlos y a mí a rezar y persignarnos. No sé cuántas veces al día reza, pero siempre lleva un rosario entre sus manos, que parecen muéganos.
Hoy en el desayuno, mientras comíamos nuestros huevos estrellados, mi abuelita nos dijo que quiere que Carlos sea «padrecito» y que yo sea «monjita». Los dos nos quedamos mirando el mantel y después miramos a mis papás, nos quedamos mudos, como si de repente no tuviéramos lengua. Mis papás se empezaron a reír y mi mamá dijo «¡Qué ocurrencias se le ocurren doña Matilde!», no hicieron mucho caso y siguieron comiendo. Aunque van a misa, mis papás son católicamente tolerantes, así que estoy casi segura que no van a permitir que nosotros seamos algo así como encargados de una iglesia.
Mi hermano y yo dormimos en el mismo cuarto. Tenemos una litera de madera, muy rayonada por los dibujos de mi hermano que se cree artista. Él duerme arriba y yo abajo. A eso de las nueve de la noche mi mamá nos manda a dormir, nos despedimos y le damos las buenas noches a mi abuelita que nos da la bendición. Yo espero a que se duerma Carlos. Me acuesto, me quito la almohada de la cabeza, pongo mis palmas de las manos de manera que se encuentren y hago fuerza para que no se despeguen, cierro los ojos, rezo con una voz suavecita, como cuando hablo en la iglesia con mi hermano y no quiero que me escuche mi mamá. Primero rezo un ángel de la guarda, después una avemaría, acabo con un padrenuestro y me persigno de la forma larga, no con la rápida, que dice mi abuelita que es la versión para los niños flojos. Después intento dormir como lo hace ella, boca arriba, con los pies cruzados y las manos sobre el pecho y me cubro con la cobija hasta la nariz, pero al cabo de media hora sigo despierta, y termino durmiendo de lado izquierdo. A veces solo quiero llegar a la cama y dormir, pero si me pongo en plan rebelde y me duermo, siento como si hubiera cometido el peor de los pecados, mi conciencia no me deja, y tengo que rezar.
He descubierto una versión más rápida para rezar. Rezo con el pensamiento. No tengo que abrir la boca, lo cual me ayuda para evitar que Carlos me pueda escuchar y se burle de mí. Este modo requiere más concentración, pero parece más efectivo.
El pueblo, Tzitzio, tiene una plaza grande que parece el patio de mi escuela. Hoy empecé jugando a las correteadas por la mañana y terminé con las escondidillas por la noche. Mis padres cuando estamos en el pueblo nos dejan jugar todo el tiempo. Es domingo por la noche, y yo, no he abierto los libros. Estoyen época de exámenes. Así que me he traído al pueblo, algunos libros pero me da salpullido de solo pensar en abrirlos.
Voy a reprobar Matemáticas estoy segura. Dios, por favor haz que pase Matemáticas, por favor. Si tú no puedes, díle a la Virgen de Guadalupe. El año pasado me salvaste y pasé el examen de Geografía. Me voy a comer todo el hígado de pollo y ya no lo voy a esconder en la servilleta, también ya no me tragaré el pedazo entero de chayote como si fuera una pastilla, lo voy a masticar y todo, también me voy a poner a arreglar mi cuarto y ya no me voy a pelear con Carlos. Lo prometo. Si quieres hasta me hago monja y convenzo a Carlos para que se haga padre.