Crónica combiera
Collage: Mali GM
Una señora entró con la compra del tianguis, se sentó justo enfrente mío, era una especie de terremoto humano, lo movía todo a su paso, el hombre que estaba a lado quedó plegado como si fuera un acordeón humano.
Poco a poco los pasajeros fueron llenando la combi hasta que todos ya teníamos un sitio. Llegaron tres personas más, mi abuela casi les cierra el paso. Oigan ya no caben más, dijo como si fuera un general del ejército. Acá en Morelia si se puede, la gente puede subirse aunque sea parado, dijo mi papá con tono pedagógico. Mi abuela que es de la Ciudad de México, se indignó, tal vez porque con tanta gente era difícil respirar y porque era muy probable que entre tanto frenazo, una nalga desconocida te bailara sobre la cara.
Una vez que la combi se puso en marcha me dediqué a observar. A todos se les veía la prisa en la cara, era la prisa del domingo, del tianguis, de las reuniones familiares, del paseo con la novia o el novio, de los trabajos escolares… más adelante se subió un muchacho flaco con un enorme hueco a modo de boca. Mi mamá se dio cuenta de mi fijación, y me reprendió con la mirada, yo cambié mi modo de ver, me puse a imaginar los lugares pisados por los zapatos del resto de los pasajeros.
Ya éramos todos los que podíamos ser, entonces sonó un teléfono y contestó una señora con una voz de animadora de fiesta de quince años. Bueno, sí, ya voy para allá, pero si Nachito de seguro está bien crudote, se rio como si tuviera una papa entre la lengua. Tú espérame ahí, que estoy a diez minutos de tu casa, colgó. Yo me volví a imaginar su risa y me reí como si alguien me hubiera contado un chiste. Disimulé y me puse colorada como una cereza.
Mi abuela contó que una vez había tomado la combi y que dos choferes empezaron a hacer carrerritas. Uno se bajó, y agarró un palo grande que traía, y sin más, amenazó con partirle la cara al otro conductor, el otro también se bajó, pero este traía una llave para cambiar las ruedas. Los pasajeros también se bajaron en chinga, y las combis quedaron totalmente destrozadas, ocasionando un embotellamiento tremendo, lo narró como si fuera un cronista de una pelea de boxeo, como si hubiera estado en Las Vegas. ¿De verdad?, dijo una señora con una oreja más grande que otra. Pues fíjese que yo un día me subí a un camión, viajé sola de Morelia a México, en el camión había poca gente, pero se subió un señor con una cicatriz en la cara que marcaba la división entre el lado bueno y el lado malo, me dio mucho miedo, entonces le hablé a un primo para que me fuera a recoger, y que se fuera directo a la parada obligada que hacen los camiones, antes de llegar a la capital, le dije que se diera prisa, no sé cómo lo hizo, pero salió disparado y en dos horas llegó a esa parada. Después se rieron de mí y me dijeron que era una paranoica, que casi se matan con tal de llegar rápido. Nosotros la miramos con los ojos muy abiertos como si estuviéramos viendo una pantalla de cine, intentando verle la cara, sorteando brazos y piernas del resto de los pasajeros.
La señora “terremoto” pidió la parada, todos los de ese lado se sintieron aliviados, como si les hubieran hecho un trasplante de pulmón. Por suerte se bajaron más personas, sentí como si estuviera respirando el aire fresco del Bosque de Chapultepec. Arrancó la combi, y después dio un frenazo repentino, se subió un chico joven. Hola, dijo con un acento que para nada era mexicano, juraría que era argentino. Había un lugar a lado de mi abuela, y fue en ese rincón donde se sentó. A todos nos dio curiosidad verlo, y él sabía que lo estamos viendo porque el escrutinio era tan grande que todo el tiempo se la pasó mirando la ventana o mirando cómo le crecían las uñas. De repente dio un salto, como si se hubiera acordado de algo, empezó a mirar a todos lados, como buscando algo. ¿Dónde está el timbre?, dijo con tono de angustia. ¿Timbre? preguntó mi papá. Sí, el timbre para la parada, contestó el supuesto argentino. Aquí no hay timbre, hay que gritar la parada, respondió mi papá con semblante de maestro en artes marciales. Disculpe, disculpe, aquí me quiero bajar, dijo el chico, pero el conductor no se detuvo. Disculpe, la parada, aquí me bajo, volvió a decir con insistencia, pero el conductor ni frenaba, ni decía nada. ¿Pero este colectivo para en algún momento o estamos todos yendo a la casa del chabón?, dijo con un grito operístico. Todos nos quedamos pensando, ¿qué es chabón?