Abuelita:
Mi papá me dijo que el 14 de marzo cumplirías años. Ya sabes, a mi papá le encanta recordar fechas importantes, aniversarios improbables. Justo le hablé el 8 de marzo por teléfono, después de haber ido a la manifestación para reivindicar los derechos de las mujeres. Se le escuchaba triste; los meses de marzo y de octubre los consagra para recordarte aún más.
Me acordé de ti entre pancartas, cánticos y batucadas. Imaginé cómo sería iniciar una vida en 1902 en un país que espera una revolución, que hace la revolución. Mi papá me dijo que le contabas que esos años fueron difíciles porque había muchos bandidos en las carreteras y que la gente del pueblo, de Tzitzio, se protegía poniendo un vigía para ver desde lejos si un grupo armado venía al pueblo para saquear y violar a las mujeres. Cuando eso pasaba, me dice, la gente se refugiaba en la zona de Tierra Caliente porque allí habían cuevas. Yo estaría muerta de miedo, ¿tú cómo te sentías?
Le he pedido a mi papá que me muestre fotografías tuyas de joven; solo tengo el recuerdo de tu cara de viejita, de una viejita de ochenta años que adoraba tomar cerveza, que rompía el ayuno de la noche con un huevo crudo de codorniz envuelto con un poco de jerez, que cuando estaba agripada tomaba agua de apio remojado con ajo, que odiaba las salchichas, que estaba obsesionada con que tendiéramos las camas a primera hora de la mañana y cuyo deseo más grande era que yo me convirtiera en monja.
No me imagino lo que fue crecer sin tu mamá Elena. La perdiste cuando eras una criatura, pero por lo menos tu infancia la viviste sin el dolor que produce ver la muerte. Mi papá me dijo que tus padrinos Bardomiano Rivera y Cuquita Mercado, como no podían tener hijos, te criaron y los ayudabas con la tienda de abarrotes que tenían. Tu papá, Pedro, se volvió a casar.
La vida te dejó ver a tus nietos y biznietos crecer, pero no te concedió más tiempo para verme graduarme de la universidad. Fuiste a la única primaria que existía en el pueblo y llegaste a estudiar hasta cuarto grado porque hasta ese nivel enseñaban. No sé si te gustaba la escuela o si tenías el deseo de ejercer algún oficio. Lo que sí sé es que José Vasconcelos, el gran reformador de la educación en México, llegó tarde para ti; en los años veinte, cuando fue Secretario de Educación, construyó miles de escuelas rurales, primarias y técnicas y promovió el acceso de las mujeres a la educación.
Hasta ahora me entero que mi papá te dice Mati. Me manda audios donde me cuenta tu historia; en uno de ellos dice:
No sé si apruebes esto, pero tengo que decirte algo: tengo 40 años, no me he casado —ni me casaré—, no tengo hijos —ni quiero—, no voy a misa —soy atea—, camino por las noches sola y me dan repelús los hombres que te abren la puerta y te arriman la silla. Soy menos cautelosa que tú; hablo sin vergüenza y de más.
Tú, a los 16 años ya estabas casada con un señor que tenía veinte y cinco años más que tú. No sé si estabas enamorada o si fue un matrimonio concertado porque ese señor era amigo de tu papá. Me horroriza la idea de pensar en ti como una niña al lado de un hombre mayor. Al año ya estabas embarazada, tuviste a mi tío abuelo Juan, al año siguiente nació mi abuelo Fili.
Tu esposo, me dicen, tenía dinero, muchas fincas que servían también como cuarteles o refugios para las tropas del general José Altamirano. Luchaba en la Revolución Mexicana del lado de Pancho Villa.
Yo, a esa edad estaba en la preparatoria; seguro te acuerdas porque vivías con nosotros. Mis preocupaciones eran no sonrojarme demasiado cuando alguien me hablaba, sacar buenas notas y buscar maneras para engordar. Empecé a maquillarme y a teñirme el pelo. No recuerdo en esa época haberme enamorado de nadie; mis amores fueron antes y otros llegaron después.
La Revolución Mexicana terminó en 1920. Un año más tarde, enviudaste. Siempre pensé que tu esposo había muerto de paludismo, pero no; mi papá me dijo que lo mordió un animal ponzoñoso, aunque no sabe si fue una culebra, un escorpión o, vaya a saber, qué otro bicho. No sé lo que habría sido para ti estar ahí, sola: una casi niña a cargo de dos niños, al frente de una tienda de abarrotes y con el alboroto que genera una viuda en un pueblo que se alimenta de chismes rocambolescos.
Le pregunté a mi papá por qué no te volviste a casar. Me dijo que tenías muchos pretendientes pero no quisiste. Él no vio mi cara pero te confieso que cuando me lo dijo sonreí mucho. En esa época tan joven y con dos niños... No sé si tu decisión fue influenciada por la iglesia (que promovía la idea rancia de que las viudas debían permanecer fieles al recuerdo del esposo) o si no querías tener ningún hombre a tu lado.
Recuerdo con alegría las reuniones familiares, siempre había música; alguien tocaba la guitarra, otros cantaban. Justo ahora descubro que mi abuelo Fili tenía muy buena voz: fue becario en el Conservatorio de las Rosas —el primero de América Latina— e incluso fue parte del coro de los Niños Cantores de Morelia. Mi papá dice todo eso con orgullo, suena a un pavo real que muestra sus plumas por haber sido hijo de un hombre con talento musical.
Cuando le pregunto por tu hijo Juan me dice que era inquieto —recalca: muy inquieto—. Me cuenta que era aficionado a la charrería, le gustaban mucho las armas. Ingresó a la policía de Michoacán a los 24 años. Fue agente especial de la policía secreta en México. No sé si mi papá se da cuenta de lo que me está diciendo, la palabra "secreta" me irrita y me sorprende. Me da un poco pudor decirlo pero me avergüenza. Nunca he sido amiga ni simpatizante de los policías, y menos de la secreta.
Me cuenta de nuevo la anécdota de que mi tío abuelo Juan le hizo la parada al camión y se subió con todo y caballo. Ya me sé la historia de memoria, pero siempre me causa gracia. Lo que no me causa gracia es la forma ridícula y absurda en que murió, jugando a la maldita ruleta rusa. Por esa época también murió tu mamá adoptiva. Cuántas muertes juntas te tocó ver, ¿cómo le hiciste para sobrellevar todo eso?
Escuchando los audios que me manda mi papá, descubro que mi abuelo Fili se fue a los Estados Unidos porque los gringos se habían ido a la Segunda Guerra Mundial y necesitaban mano de obra. Se fue en 1944 y regresó al año siguiente. Me da curiosidad saber cómo le fue, pero mi papá no sabe mucho.
Le pregunté cuántos hermanos tuviste. Me dijo los nombres mientras hablábamos; yo llevaba la cuenta mentalmente, pero ahora me he olvidado. Cada vez que le llamo, menciona muchas veces a tu hermano Luis. Se ve que era muy respetado. Me dice que quien iba a ser el futuro presidente de México, el general Lázaro Cárdenas, se hospedaba en tu casa y charlaba mucho con tu hermano, ¿de qué hablarían? Si hay un político mexicano al que admiro, es a él, por la reforma agraria, la expropiación petrolera, la nacionalización de los ferrocarriles, su impulso a la educación pública y su intento por reformar la constitución para otorgarle a las mujeres el derecho al voto y a ser votadas, (aunque no le tocó verlo en su mandato), fue hasta 1953, trece años después de haber sido presidente. ¿Te causó alegría haber votado por primera vez?
Te tengo una noticia: México lo gobierna una mujer, se llama Claudia Sheinbaum. Es una científica y académica que, antes de ser presidenta, fue jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Abuelita, en 2025, hay 18 países que están presididos por una mujer. ¿Qué te parece esto?
Mi papá tiene una memoria prodigiosa, recuerda fechas, eventos, detalles… Me cuenta que en 1958 mi abuelito Fili se casó con mi abuelita Pita, ¿te acuerdas que así le digo? me empieza a contar cosas que ya sé, pero dejo que lo cuente, le hace ilusión. Me dice que él fue el primogénito, después mi tía Laura, mi tío Fili y mi tío Paco. Lo que no sabía era que mi abuelito Fili murió pronto, en 1962. Tú tenías sesenta años y ya se te habían muerto tus padres y tus hijos. No me imagino un horror más grande que ver a tus hijos morir. Se supone que tus hijos te entierran y no al revés.
Escribirte esta carta me sirve para contarte cosas, pero también para descubrir otras que no tenía ni idea de la familia. Por ejemplo que en 1966, tu nuera, mi abuelita Pita se fue con mi papá y mi tía Laura a la Ciudad de México y tú te quedaste en Tzitzio con mis otros tíos, los criaste hasta que cursaron el quinto año de primaria, pero en 1972 se fueron y tú te quedaste sola. En medio de eso, me dice mi papá que sufriste una fuerte caída. Era medianoche, intentabas avanzar por las escaleras que daban a la tienda, te fracturaste el cuello del fémur y te arrastraste como pudiste para llegar a la puerta que daba a la calle, y ahí fue cuando se dieron cuenta de que estabas mal. Te llevaron a Morelia y estuviste medio año enyesada sin poder caminar, te recuperaste y lo primero que pediste fue regresar al pueblo. Todo mundo puso peros, tú como eras una terca no hubo forma de convencerte (ya sé de quién heredé la terquedad).
De nuevo seguiste con tu vida, al frente de tu tienda. Te imagino a las ocho de la mañana con la persiana arriba, los primeros clientes, las pláticas, peleas con proveedores, el acomodo de la mercancía, tu café y pancito a las diez de la mañana, el trajín de colocar las pesas en la báscula y la mente ágil para dar el cambio.
Llegaron los ochenta. Hubo un levantón de la economía a causa del petróleo, pero la cosa duró poco y en 1982 empezó la primera crisis económica, el inicio de un bucle infernal que nunca termina. No sé cómo lo viviste en el pueblo. Mis papás en ese año se casaron y supongo que la incertidumbre se les podía ver en la cara.
Tu nieto me cuenta medio enojado con la vida que en 1986 te caíste de nuevo, en esas mismas escaleras y que te volviste a romper el fémur. Te llevaron a la Ciudad de México, te operaron y ahora sí no dejaron que tu terquedad los gobernara: te impidieron regresar a Tzitzio. Acordaron entre los nietos que vivirías con ellos, cada cierto tiempo con uno ¿lo viviste resignada?, ¿te enojaste?, ¿podías hacer otra cosa?...
Para esa época ya había llegado a este mundo. Ya puedo contar lo que fue tener una bisabuela, aunque nunca te dije así, siempre me gustó más decirte abuelita, suena más cariñoso. Fui la primer biznieta, eso me dio ciertas ventajas porque se ve que ser la primera en algo, hace que te quieran más.
¿Te acuerdas que yo era la encargada de hacerte la trenza? Pero antes hacías tu ritual: untarte aceite de bebé en tus canas y en tu cara. No sé si eso fue el remedio mágico que hizo que no tuvieras muchas arrugas. Solo los más cercanos le atinaban a tu edad. ¿Te confieso una cosa? Desde los treinta me unto aceite de jojoba y de coco.
Te recuerdo leyendo. Tus gafas eran gruesas y mareaban. Te gustaba la historia. Rezabas mucho. Ahora puedo decirlo: eras medio groupie del papa Juan Pablo II.
Me encantaba la frase que decías para poner fin a una reunión familiar: “la visita tiene sueño”. Nos reíamos todos, pero te hacían caso y te dejaban descansar.
Llegó el cambio de milenio. Todos estaban bien entusiasmados. Pronto cumplirías 100 años. ¿Abuelita, tú querías vivir tanto? Mi papá ya estaba planificando los festejos: la lista de invitados, el menú, su rol de DJ para ponerte las canciones de Agustín Lara.
Gozabas de buena salud, comías bien, la cerveza te mantenía risueña, te costaba caminar, la artritis no te dejaba. Habías pasado una temporada en casa de mis tíos y ahora vivías con nosotros. Yo estaba nerviosa. Empezaba la universidad.
¿Te acuerdas cuando te caíste? Yo sí. Era septiembre. Medianoche. Fuiste al baño. Se escuchó un grito. Eras tú. Todos corrimos a verte. De nuevo unos escalones. Querías ir al baño. Te golpeaste la cabeza. Te revisaron; dijeron que solo había sido el golpe, esta vez no te habías fracturado nada. Pero poco a poco dejaste de comer, dormías de día y en la noche decías que veías a tu mamá. Hablabas con ella. Dejaste de ser tú.
Un día llegué de la universidad. Corrí a tu habitación. Escuché gritos. Mi papá intentaba reanimarte. La vecina, que era enfermera, le decía una y otra vez que ya no se podía hacer nada. Todos estábamos rotos.
El día de tu velorio, mis amigos me arrancaron una sonrisa. Lo agradecí. No creo que te hubiera gustado verme tristísima.
Después de que te fuiste, mis papás y Toño se fueron a Tzitzio. Se hicieron cargo de tu tienda. Juan Carlos, Yuri y yo nos quedamos en Morelia. Yo, al principio, iba los fines de semana al pueblo, pero después, dejé de ir.
Acabé la carrera de Periodismo. Después me vine a Barcelona, España. No sé qué fuerza gravitacional me trajo hasta aquí. Ya son 20 años de este lado del charco. Me gusta cocinar. Vivo a veinte minutos de la playa. Las únicas veces que madrugo es para ver los amaneceres. Amo caminar. Odio el verano, demasiada humedad. No soporto a los impuntuales y farsantes. Tengo buena intuición. Me gusta la cerveza congelada, la tarta de manzana y el humus. Los niños y los perros me persiguen y quieren.
Te escribo desde una terraza con vista a La Rambla. Una de las calles más visitadas de la ciudad. A mi derecha hay una monumental estatua de Colón.
Después de años, mis papás dejaron Tzitzio y regresaron a Morelia. Juan Carlos estudió Bellas Artes. Toño empezó Ciencias Ambientales, pero no terminó; ahora se dedica a alfabetizar a adultos mayores. Yuri estudió Administración de Empresas y Magisterio. Es adicta al trabajo. Ya soy tía. Yuri tiene un hijo. Se llama Emiliano. Es un niño tremendo que tiene un talento prodigioso para dibujar, para hablar en público y para caerle bien a la gente. Se aprovecha de eso para hablarles de tú a sus profesoras y corregirlas en clase. Lo adoran.
Extraño a mis papás, a mis hermanos, a los huchepos y las corundas... pero no creo que regrese a vivir a México. La violencia se ha cebado con el país: hay más de 125 mil personas desaparecidas; el narco se ha apoderado de todo; asesinan cada día a 16 mujeres... Eso no significa que me quedaré para siempre en Barcelona. Quiero conocer Latinoamérica, tal vez porque la veo como un lugar de los posibles y los hubieras. Me fascina su comida, el ingenio, la chispa, la alegría que desprende la región. Quiero descubrirlo todo. Descubrirme a mí.
Hasta hace poco supe lo que quería hacer. Cuento historias en audio —le dicen podcast, haz de cuenta que es como la radio—. Yo creo que te gustarían.
Ojalá estuvieras aquí. Te sorprenderías tanto como la primera vez que viste el mar, a los noventa años, en Veracruz.
Este mes celebré tu cumpleaños 123.
Con cariño, Mali
Barcelona, 1 de abril de 2025
P.D. Abuelita, una cantante mexicana que se llama Natalia Lafourcade hizo reinterpretaciones de las canciones de tu adorado Agustín Lara.
La canción Amor, amor de mis amores quedó bellísima.
Esta carta es mi mero mole: historia familiar, archivo, audios, fotografía intervenida. Gracias por compartir, Mali. Disfruté mucho.
Me hiciste llorar con esta carta, Mali, bellísima. Gracias por compartir tanta memoria familiar. Me encantó que incluyeras audios de tu padre. Como dijimos en alguna conversación de la comunidad, no recuerdo exactamente cuál, a veces deberíamos mirar más hacia adentro y tal vez ahí también encontremos grandes historias por contar. 👏